Marzo 2019
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El último patriarca
de
Najat El Hachmi
A historia dunha rebelión persoal contra unha orde establecida desde tempos moi antigos. Mimoun e a súa filla nacen para cumprir o papel que o patriarca lles ten asignado pero uns cambios nas circunstancias que os envolven serán decisivos para propiciar unha mutación na situación. Esta é unha historia familiar, unha historia onde as contradicións internas dos personaxes afloran para marcar unhas relacións cheas de desencontros. Unha historia definida pola ruptura que supón a separación.
Najat El Hachmi, a autora, axusta contas co machismo e a violencia dos xefes de familia chapados moi á antiga. En contraposición a esa figura cruel, emerxe a da súa filla: unha moza que busca a liberdade desprendéndose dun legado social que non elixiu. Sen estarmos ante unha obra autobiográfica, non faltan algunhas experiencias persoais da escritora marroquí.
(...) Ésta es la única verdad que os queremos contar, la de un padre que debe afrontar la frustración de no ver cumplido su destino, la de una hija que, sin habérselo propuesto, cambió la historia de los Driouch para siempre.
(...) Su padre se lo pensó bien. Le había avisado. Primero había advertido a la madre: haz callar a este carajo de crío, dijo. Había avisado a las hermanas de Mimoun, hacedlo callar de una vez, debió de decir. Pero todas ellas se lo habían ido pasando, meciéndole dentro del fardillo donde lo protegían del mundo. Mimoun seguía abriendo la boca y soltando unos gritos que, en defensa de Driounch, tenemos que decir que seguramente debían de ser bastante insufribles. Él había advertido a las hermanas, a la madre y, finalmente, no había podido más y amenazó al pequeño. Cállate ya de una vez, que me estás volviendo loco, le debió de decir. ¡Dios maldiga a los antepasados de la madre que te parió! La abuela ya estaba acostumbrada a oírse increpar de ese modo y lo debía de mirar de reojo, con los músculos del rostro inmóviles, como a punto de lanzarle un escupitajo de esos que salen del fondo de la garganta. Pero no diría nada y debió de continuar acunando a Mimoun arriba y abajo, cada vez más deprisa, ya no sentada sino dando vueltas con los pies en medio de la claridad que dejaba entrar la puerta de la alcoba, incluso por encima de la blandura del barro seco del patio, que así los berridos se esparcían por el cielo y llegaban más tenues a la habitación del abuelo.
Pero el abuelo tenía un mal día, el tabaco que solía esnifar se le había acabado, en la tienda del pueblo no quedaba y hasta la mañana siguiente ningún coche saldría hacia la cuidad más cercana.
(...) No sabemos exactamente cómo ocurrió pero lo que es seguro es que allí (...), a la hora en las que todos deberían haber estado durmiendo la siesta, ¡plaf!, sonó la primera bofetada de Mimoun, que tenía que aprender a...