El día 30 de octubre pasado se cumplieron cien años del nacimiento de un poeta, de aspecto menudo, pero de alma grande: Miguel Hernández. En todas partes se ha estado celebrando como se merece el año del centenario. En Madrid, el Instituto Cervantes le dedica, en este momento, una interesante exposición. En nuestro centro, modestamente, queremos también dedicar un recuerdo al gran poeta de Orihuela.
Pocas veces se ha dado en la historia el caso de una vocación poética más clara y más a contra corriente. Cabrero e hijo de cabreros, tuvo que abandonar los estudios muy pronto para ocuparse de las faenas del campo. Autodidacta, devoraba libros y pergeñaba versos al son del murmullo del riachuelo y a la sombra de los pinos. Gran amigo de sus amigos. Gracias a Ramón Sijé y a otros muchachos de su pueblo, recolectó el dinero para hacer el viaje a la capital, en dos intentos, donde pudo entrar en contacto con grandes figuras de la Generación del 27 como Vicente Aleixandre o de la Literatura Hispanoamericana como Pablo Neruda. Éstos admiraron la asombrosa maestría, en su sencillez, de un poeta que empezó gongorino y acabó siendo telúrico, mientras se ganaba la vida redactando entradas en la Enciclopedia Taurina de José María de Cossío. El dinero se acababa y hubo de volver al pueblo, a llorar y a cantar la muerte tan temprana del "compañero del alma, compañero" y a reconciliarse con su amada costurera, Josefina Manresa.
Comienzan los éxitos de sus obras Perito en Lunas (1923), El rayo que no cesa (1936). Pero la guerra absorbe toda su atención y, frente a otros poetas combatientes de boquilla, él se caló el casco y se vistió la guerrera, lanzándose a defender con las armas sus ideales. Ideales que consistían en la defensa de los más desfavorecidos como "El niño yuntero" o "Aceituneros" y otros que tomaron voz en Viento del pueblo (1937) o El hombre acecha (1938)..
El sufrimiento lo hizo crecer y el martirio lo hizo grande. Detenido cuando había cruzado la frontera portuguesa, por llevar un reloj de oro demasiado ostentoso, regalo de boda de su amigo Vicente Aleixandre, pasó un verdadero calvario en las cárceles franquistas. Su primer hijo murió y el segundo fue amamantado con "sangre y cebolla". A ninguno de los dos pudo ver crecer este magno poeta, cuyo retrato debemos a otro preso que sí sobrevivirá al horror: Antonio Buero Vallejo.
Murió en la cárcel de Alicante un 28 de marzo de 1942.
Sólo tenemos, gracias a Alejo Carpentier, un testimonio de su voz en su recitado de "Canción del esposo soldado". Joan Manuel Serrat y Paco Ibáñez pusieron música a sus versos. Liberto Rabal lo encarnó en una notable serie de RTVE. Ahora disfrutamos de él y de sus obras, de cuya edición os recomendaremos tan solo una: Corazón alado. Antología poética (Vicens Vives, 2010).
Y para terminar un breve poema:
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.