Volveré a buscarte
de Pilar Cernuda
Nos anos cincuenta, Antonio Padín abandona Galicia rumbo a Arxentina en busca dunha vida mellor para a súa familia. Trinta anos antes xa o fixo o seu avó Manuel que nunca volveu. O que non sabe Antonio é que esa aventura descubriralle, entre outras cousas, a verdadeira historia do seu avó. Pero deixemos que sexa a propia xornalista e autora a que nos fale da xénese da súa primeira novela:
Hai moitos anos un mariñeiro galego que regresaba de América tras vivir alí contoume unha historia que me conmoveu e decidín que era esa e non outra a que me tocaba desenvolver.
Todos os galegos temos unha aldea. A nosa é a dos meus avós, no Salnés. Alí atopei cantidade de mulleres cuxos maridos, noivos ou fillos marcharon, nin sequera sabían onde porque na época de analfabetismo non sabías que era América, e esperaban sen saber que nin cando.
O Centro Galego de Buenos Aires É impresionante, o mellor hospital de Buenos Aires e o lugar da cultura que todos os grandes escritores e pintores galegos visitaron nalgún momento da súa vida. Un lugar de encontro e de axuda. Foi fundamental para a xeración dos 50, pero tamén para min para poder escribir esta novela. Unha novela na que coñecemos as viúvas dos vivos, que dicía Rosalía de Castro. Recollín esa frase dela porque paréceme unha descrición incrible. Viúvas de vivos que nin sabían se estaban vivos e quedaban a cargo de todo, de cultivar a terra... Saían pola mañá da casa co carro de vacas a enchelo de herba e facían todo o demais, pero sempre esperando aos seus maridos, sen saber se algún día volverían e sen ter noticias de eles.
Antonio permanecía callado. Se le veía confuso, aturdido, sin saber qué decir, ni cómo reaccionar. Pepe le apretó el brazo en un gesto de solidaridad. Era el único que comprendía, el único que se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo en ese instante. Finalmente, Antonio levantó la cabeza y aunque no miró a Santiago, como si tuviera miedo al ver su expresión, se atrevió a decir lo que pensaba:
-Tu abuelo era mi abuelo.
-¿Mi abuelo? ¿Manuel Padín?
-Tu abuelo Manuel Padín. Mi abuelo, que embarcó en Vigo hace cincuenta años y nunca más supimos de él.
-Pero ¿cómo va ser tu abuelo si él no estaba casado?
-Lo estaba, con mi abuela Lola. La madre de mi padre.
-No puede ser. Se casó aquí por la iglesia con mi abuela Rosa, la madre de mi padre.
-Si tu abuelo se llama Manuel Padín, es de Ventos y llegó a Argentina a principios de siglo, es mi abuelo. No ha habido otro Manuel Padín en Ventos. Mi abuela murió creyendo que era viuda, que su marido había muerto en Cuba, Venezuela, Argentina, o en alguna otra parte de América. Ni siquiera estaba muy segura de que mi abuelo acabase en Argentina, aunque sí sabía que se había embarcado para Buenos Aires. Pero desde aquel día, nunca más se supo. Nadie lo vio, nadie nos dio noticias suyas.
-Tu abuela no pudo con la pena...
-Era una mujer fuerte. Cuando murió yo debía de tener doce o trece años.
-No puede ser. Mis abuelos se casaron a los dos años de que él llegara acá.
-Eso ya no puedo explicarlo. Pero te aseguro que mi abuela estaba casada y bien casada con Manuel Padín, aunque, como ya te he dicho, mi abuelo desapareció. Después de tantos años, ella se creía una mujer viuda.
De nuevo se hizo el silencio. Nadie hablaba, ninguno se atrevía a hacer preguntas, todos estaban pendientes de la conversación entre Antonio y Santiago, con frases cortas y explicaciones breves. Breves pero contudentes.
Tanto el uno como el otro dieron por verdad sus respectivas historias. Ambas tenían visos de ser reales, ninguno tenía por qué mentir. Era absurdo.
Santiago, muy afectado por lo que había escuchado de boca de Antonio, al que acababa de conocer, cogió un tenedor de la mesa y comenzó a pasarlo por el mantel, haciendo dibujos de rayas cruzadas, ensimismado en sus pensamientos. Debía de estar encajando datos, asimilando fechas, nombres, recuerdos. En voz muy baja se le oyó decir:
-Somos primos.
(…)
Sentados o tendidos según la hora y el cansancio, entablaron conversación con otros emigrantes. Sus historias no eran diferentes, todos escapaban de la falta de oportunidades. Era poco lo que ofrecía la España de principios de siglo. Aún se vivía la amargura de la pérdida de las colonias, los desastres de Filipinas y Cuba. La mayoría de edad del nuevo rey, Alfonso XIII, no auguraba aires nuevos en una Galicia en la que escaseaba el trabajo, y no solo el trabajo. La mayor parte de la población vivía en la más absoluta precariedad.
Manuel había dudado mucho antes de sumarse a la ola de gallegos que en aquel tiempo embarcaban en Vigo, La Coruña o en Vilagarcía (…)
Manuel llevaba los papeles bien escondidos. Lola, su mujer, se los había pegado al pecho con la ayuda de una venda y no los sacó de allí hasta el momento de entregarlos a la policía de aduanas (…)
A bordo del buque que le llevaba a América (…), Manuel compartió espacio con hombres que efectivamente viajaban como indigentes, y a quienes los marineros trataban peor que si fueran perros callejeros.
Despierto en aquella bodega, miraba las sombras que bailaban en el techo ennegrecido por la mugre. Tenía el oído atento a todo tipo de ruidos, a cada cual más pavoroso, como si el barco se estuviera partiendo por la mitad, a punto de naufragar. No sabía nada de barcos ni de mar, pero aquello desde luego no sonaba bien. Los dos días que duró el temporal, Manuel sintió un miedo mortal. Con la manta se cubrió hasta la cabeza y cerró los ojos, le dolían todos los músculos de la cara y las sienes parecían a punto de estallar. Mientras se aferraba con todas sus fuerzas a los barrotes de la litera para no salir disparado, trató de convencerse de que no era más que un sueño, un...
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