EL VELO DE PENÉLOPE
Es relativamente frecuente aplicar la expresión “el velo de Penélope” a una obra que no avanza en su ejecución, cuando se pone como pretexto una respuesta dilatoria. Es lo que hizo Penélope con los pretendientes que aspiraban a casarse con ella y, de este modo, suceder a Ulises en el gobierno de Ítaca, ausente tanto tiempo de su patria: Pese a los diecinueve años transcurridos entre su participación en la guerra de Troya y su vuelta a la isla, su esposa, la fiel Penélope, nunca perdió la esperanza de que algún día regresaría; pero, aun así, debía elegir ya a uno de los pretendientes como consorte, para que asumiera la dirección del reino y la administración de sus propiedades.
Ante las reiteradas instancias de aquéllos, recurrió al siguiente artificio: puso como condición que, cuando terminara de tejer en “velo” (otros dicen que un tapiz) que tenía entre manos, daría al fin la respuesta solicitada. Mas el día decisivo no llegaba porque su labor diurna era neutralizada una y otra vez en el transcurso de la noche, destejiendo lo hecho. Entre tanto, los pretendientes, sin prisas, pasaban los días en el palacio de Ulises en continuas comilonas, a costa de la hacienda de éste, mientras se divertían con las esclavas desleales e impúdicas. Hasta que ellas mismas, con su indiscreción, les descubrieron la estratagema de su ama. Pero entonces ya era tarde, ya estaba Odiseo (de incógnito) en el palacio dispuesto a tomar venganza de tan molestos y gravosos huéspedes.
A decir verdad, el velo no era tal, aunque la tradición lo haya propalado. Homero utiliza en la Odisea cuatro nombres distintos para designar el llamado “velo”: unas veces, se habla de una “tela”, o “pieza de tela”, otras, se habla de “sudario o mortaja”. En efecto, se trata de la mortaja destinada al anciano Laertes, padre de Odiseo.
Sea como fuere, la expresión “se usa para dar a entender que nunca se ve el término o conclusión de una obra por estarla rehaciendo sin cesar” (Sbarbi).
