Las huellas del silencio
de
John Boyne
Na Irlanda de 1970, Odran, con dezasete anos e impulsado pola gran relixiosidade da súa nai, decide ordenarse sacerdote, aínda que nunca sentise gran devoción. Catro décadas despois, a pedofilia dalgúns dos seus compañeiros sacerdotes e o feito de que moitos dos mozos fregueses que coñece sexan vítimas, fan que perda a fe e pregúntese por que pasou isto e como non o soubo ver antes. Motivado por un evento familiar que fai que volva a vista atrás, Odran terá que enfrontarse ao seu pasado na igrexa e contar todo o que sabe, aínda que iso implique demostrar que ás veces preferiu mirar para outro lado.
Novela que, evitando sordideces innecesarias, de xeito sutil e desde unha posición neutral, deixando que os sucesos falen por si mesmos, aborda un tema de actualidade que afecta á igrexa católica poñendo en evidencia a inxustiza, a impunidade, os abusos de poder e os perigos da submisión malentendida.
(…) Bebió un poco más, dando un trago más largo que antes, y cerró los ojos unos instantes, saboreando.
-Miles Donlan- dijo segundos después.
Mi mirada bajó al suelo. Ésa era la conversación que yo me había temido.
-Miles Donlan- repetí en voz baja.
-Has leído los periódicos, supongo. Habrás visto las noticias.
-Sí, eminencia.
-Seis años -dijo silbando entre dientes-. ¿Crees que sobrevivirá?
-No es un hombre joven -respondí-. Y dicen que los presos pueden ser muy duros con… -Tenía la palabra en la boca, por supuesto, pero no pude pronunciarla.
-A ti nunca te había llegado ningún rumor, ¿verdad que no, Odran?
Tragué saliva. Por supuesto que me habían llegado rumores. El padre Donlan y yo habíamos trabajado codo con codo en Terenure durante años. Nunca me había caído bien, para ser honesto; era un tipo amargo y hablaba de los chavales como si le fascinaran y le asquearan al mismo tiempo. Pero sí, me habían llegado rumores.
-No lo conocía muy bien- dije evitando la pregunta.
-No lo conocías muy bien -repitió él con voz queda y me miró fijamente hasta que no tuve más remedio que apartar los ojos-. Pero si hubieras oído algún rumor, Odran, o si te llegaran rumores de cualquier otra persona, dime, ¿qué harías?
(…) -Te seré honesto, Jim -dije- No sé qué haría o a quién se lo contaría o cuándo diría una palabra sobre eso. Tendría que juzgarlo en el momento.
-Me lo contarías a mí, eso es lo que harías -dijo en tono agresivo-. Y no se lo contarías a nadie más. Los periódicos nos la tienen jurada, te das cuenta, ¿verdad? Hemos perdido el control. Y debemos recuperarlo. Debemos hacer entrar en vereda a los medios. -Lanzó una mirada en dirección al armario de las bebidas y a la efigie del arzobispo McQuaid-. ¿Crees que él habría tenido que aguantar tonterías como éstas? -me preguntó-. Habría hecho cerrar las imprentas de los periódicos. Se habría quedado con el usufructo de Montrose y los habría expulsado a todos...