Brais Martínez Basalo, 1º BAC-A
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No quiero perturbar tu sueño. Sería una lástima que no durmieras. No sigas mis pasos... Suave, suave, se cierra la puerta. Al pasar, escribiré en ella: “Buenas noches” Así verás que he pensado en ti.
“Viaje de invierno” Wilhelm Müller (1794-1827)
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Llovía... Y hacía tantísimo viento... Y tanto frío... Apenas el agua y el aire formaban una tempestad de ruido que se adentraba en los oídos. La calle estaba llena de charcos, y las personas caminaban arduamente, haciendo inútil trabajo con sus paraguas para intentar cubrirse del temporal. Cuando trataban de abrirse paso, se tambaleaban por el empuje del aire. La expresión torcida, la mirada fija y el gesto molesto... Así avanzaban... Y de cuando en vez... Un destello...Y el cielo rugía.
Las gotas golpeaban con fuerza el cristal, y a través de él, se escapaba tan sólo un pequeño ruido. En el interior, había un par de cosas esparcidas en una mesa, y, a lo lejos, parecía murmurar un calefactor, que llegaba como una paz artificial e insólita. La humedad, dejaba huellas de calzado en el suelo y pequeñas gotas deslizándose por el perchero, a la vez que llenaba el aire de un desacostumbrado peso. En medio de aquella tempestad, reinaba en la habitación la tranquilidad y el sosiego de quien se halla en un refugio, en un lugar a salvo, aunque a la vez sumergido en el ojo de la tormenta. Y allí...
Allí había dos personas... Tú y yo, como llevadas por el destino, entrecruzadas por las casualidades... Aún sorprendidas del maravilloso azar de la existencia.
Observábamos la lluvia perderse a través de los cristales. Las gotas que empapaban el suelo, quedaban a veces suspendidas sobre la ventana. Algunas, de repente, se deslizaban con rapidez, y se detenían, quietas, como si nada hubiera ocurrido. Así, una gota se acercaba muy lentamente a otra, fluyendo, empujada por el viento... Y cuando alcanzaban a tocarse, caían la una y la otra debido a la fuerza ejercida por su propio peso... Siempre hacia abajo... Siempre hacia el centro... Y allí se perdían, entre algún lugar profundo que yo ya no podía ver...
Nuestras miradas se cruzaron. Fue sólo un instante, pero fue eterno. Eran sólo unos ojos, pero era un mensaje indescifrable. Era una mirada que no podía ser explicada, pero, sin embargo, había entendido demasiadas cosas en aquel mismo momento... Había aprendido palabras que nunca habían sido escritas, y que nunca sería capaz de escribir...
Y... Sin embargo, bajamos la mirada. La lluvia había menguado poco a poco, de la misma forma que se consume una llama que alguien ha dejado olvidada en algún lugar. En el interior, se escucharon unos pasos, un suspiro, una puerta cerrarse... Porque las puertas tan solamente se cierran para aquél que permanece dentro de la habitación. La persona que se marcha nunca escucha el ruido de las bisagras; ella vive ya en otra realidad, separada del puente que hasta entonces había unido dos mundos. No sabe que ha dejado morir una oportunidad porque, ante ella, se extiende un mundo entero de posibilidades.
Y mientras esa puerta se cerraba, chirriante, y mientras la distancia, se iba haciendo más y más palpable, y mientras el silencio y el vacío nacían, y mientras la única posibilidad que yo había querido vivir, se empequeñecía, y se apagaba, y se diluía... Y mientras... Nuestras vidas, como rectas paralelas, se iban alejando, persiguiendo cada una su propio camino... Distanciadas, la una de la otra... Empujadas por una fuerza invisible a través del universo... Yo... Había aprendido a decir adiós, a aceptar mi propia vida. Había aprendido que existe un lugar, más allá de la realidad, más allá del amor y de la soledad, mucho más allá de estas palabras que te escribo... Que tú escuchas... Y que nunca van hacia ningún sitio... Un lugar... En el que nuestras miradas se cruzan para siempre, se entienden, se abrazan, se juntan, y nunca se pierden... Un punto en el infinito, en el que las rectas paralelas, se encuentran. Un punto en el infinito... Un punto de corte, hecho de milagros y de lógica sin razón aparente... En el que tras un largo viaje... Aún podremos decir que siempre hemos estado juntos*...
Aún hacía mucho viento... Y mucho frío... Apenas el agua había desaparecido y la humedad se infiltraba en los oídos, cuando intentabas hacerte paso por la calle y yo te observaba a través del cristal. La expresión distante, la mirada triste y el gesto tímido... Así avanzabas por el mundo... Y de cuando en vez, en mi corazón... Una luz... Y un susurro que decía... Ve, corre, vuela, sueña, persigue tu destino, y cuando los rayos del sol te abracen, y cuando la brisa acaricie tu cabello, y cuando la vida aparezca repentinamente en tu camino... Ama... Y nunca mires hacia atrás, y nunca te preocupes por mí, y nunca sigas mis pasos... Yo nunca quise alterar tus sueños... Sería una lástima que te despertases... Tan solamente escribiré en este papel:
Nos vemos en el infinito, Amor...
Y así podrás ver que aún pienso en ti...
*Existe un tipo de geometría que no estudia los puntos y rectas en un plano, sino en una superficie tridimensional. Recibe el nombre de “Geometría no euclidiana”. Este tipo de geometría más compleja y que pertenece a un nivel de las matemáticas superior, abarca un entorno mucho más amplio que la geometría clásica, al considerar que ésta sólo estudia unidades muy pequeñas (“infinitesimales”). Fue estudiada por matemáticos como el alemán Bernhard Riemann (1828-1866). Según sus teorías, las líneas paralelas poseen un punto de corte al ser prolongadas hacia el infinito. Esta geometría, aparentemente más abstracta y poco intuitiva, hecha quizás a partir de ideas, de conceptos y no de realidades, parece ser que es la que mejor describe la naturaleza. En ella se basa, por ejemplo, el físico Albert Einstein para enunciar su célebre teoría de la relatividad.
Os finalistas do concurso foron:
- Patricia Hermida Gómez (1º ESO A)
- Rosa Mª Álvarez Domínguez (1º ESO A)