Zeus y Metis
Zeus había ido creciendo como un pastor en medio de los bosques. Su abuela Gea, la Tierra, había hecho un refugio seguro para él, y había encomendado a las ninfas que lo cuidaran. Ellas suplían la falta de Rea, que, lejos de allí, suspiraba por ese hijo, su única esperanza.
Para alimentar al niño, vino la propia cabra Amaltea, descendiente del Sol. Con su leche, pura y exquisita como la misma ambrosía que nutre a los dioses, crio a Zeus fuerte de cuerpo y mente como ninguno.
Al morir aquel animal divino, muchos años después, Zeus, en agradecimiento, lo inmortalizó, convirtiéndolo en la constelación de Capricornio. Y con su piel se hizo la égida, el escudo protector que lleva siempre y que es uno de los atributos del gran Zeus. [...]
Al fin, un día, aunque todavía muy joven, el dios se sintió ya capacitado para llevar a cabo la difícil empresa que le estaba destinada. Zeus reunía fuerza corporal y grandeza de espíritu, valor y prudencia. Era tan justo que se diferenciaba de aquellos dioses primitivos, salvajes y despiadados sin límite. Acudió, pues, a la consejera de la inmortalidad, a la diosa marina Metis, cuyo nombre significa Prudencia y Sabiduría. Ella puso su mano sobre la frente de Zeus y lo miró fijamente a los ojos:
- Los Hados han hecho de mí el cúmulo de la sabiduría. Pero tú... eres el más inteligente de todos los otros dioses. Nunca hasta ahora había encontrado otro ser cuya mente se aproximara tanto a la mía...
Metis era muy bella. ¿Cómo no iba a serlo una diosa? Pero con una hermosura especial. Resplandecían tanto sus ojos que apagaban el resto de su persona: unos ojos enormes, profundos. Metis era, al fin, la hija del Océano, y sus pupilas, el propio mar, las aguas insondables atravesadas solo por la luz. Aguas serenas, transparentes, frías. Pero ahora, ante Zeus se habían agitado y enturbiado y calentado.
Contemplando aquellos ojos, bebiendo aquellos ojos, Zeus captaba el saber del universo, allí contenido y accesible solo para él. También los ojos de Metis parecían beberlo a él, ahogarlo en el abismo. ¡Qué extraño amor! Un deseo ansioso de posesión, pero no tanto de los cuerpos como de los espíritus.
Sus abuelos, el Cielo y la Tierra los unieron en matrimonio.
Alicia ESTEBAN y Mercedes AGUIRRE
Cuentos de la mitología griega (Adaptación)
Método de cualificación: Primeiro intento