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EL BAILE

Durante mis estudios de EGB, antes denostada y ahora, paradójicamente, anhelada, una de mis asignaturas preferidas era Lecturas. Cada alumno tenía que leer durante unos 5 o diez minutos un texto de cualquier clase: periodístico, narrativo, fabulístico, en prosa o verso. Mediante esta actividad, el maestro evaluaba la capacidad de comprensión, dramatización y dicción de sus pupilos. Recuerdo, en concreto, una de esas lecturas que me “tocó”. Empezaba así: “Qué algarabía de pájaros cantores la que se oía”. Me quedó grabada la expresión, (aunque no su contexto) hasta el punto de convertirla en una suerte de mantra, que me sirve casi a diario.

En medio de gritos, afirmaciones incómodas, mediocridades múltiples, dramatizaciones, incapacidades varias, excesos informativos que distorsionan la realidad, estoy esforzándome en acariciar el silencio y, acto seguido, me aplico la locución aprendida en mi niñez y aprehendida más tarde. Cuando todo parece palmariamente confuso, por no decir injusto o incomprensible, me viene a la memoria una afirmación del periodista británico Tom Phillips: “¡No te angusties, siempre hemos sido así. Y, oye, aquí seguimos!” . Lo cual ayuda a la   paráfrasis personal de “mi” frase.

Después de un día especialmente gris, en el que mi mente trataba de explicarse comportamientos tan inexplicables que ni siquiera merecerían el adjetivo de kafkianos, opté por dar un respiro a mi espíritu regalándome un paseo por la alameda y, de repente, surgió el milagro: me olvidé de todo lo que me estorbaba como por ensalmo y disfruté con la visión de un baile: una pareja de enamorados estaba bailando feliz y concentrada en lo que parecía un vals que se desarrollaba en sus cabezas. La belleza de ambos era directamente proporcional al paisaje. Los árboles, que anunciaban el otoño, no tristes, sino nostálgicos, la caída de sol, que pintaba las hojas de oro… Pero, sobre todo, los protagonistas: ella transportada, él pendiente de sus movimientos, y ambos siguiendo la técnica al uso con total espontaneidad. Allí, sobre el suelo de tierra, donde los niños jugaban al futuro, las madres-cuidadoras charlaban y los paseantes hacían camino, ellos bailaban. En una décima de segundo, tuve la sensación de que todo era perfecto,  los que en ese momento presenciaban la escena, la asumieron con la naturalidad con la que de pequeños asumíamos un cuento de hadas. Muchos sonreían siguiendo su camino, yo opté por lo mismo: no quería pararme a observar para no romper la magia del momento. Mi mantra se difuminó, dando paso a la sensación de optimista esperanza.

Poco después, apenas se oían los cantos de los pájaros y la única algarabía la provocaban los pequeños que remoloneaban para marcharse a casa ante las órdenes un tanto cansadas e insistentes de sus madres.  De regreso, volví por el mismo sitio, ahora ya casi vacío, pero lleno de vida: en ese momento sí que me detuve a mirar las huellas de los bailarines que, sin querer, habían hecho partícipe de su bienestar a mucha gente.

El término algarabía que me provocó en su momento una colleja por parte de la monja, porque no supe su significado cuando lo leí, hace más años de los que me hubiera gustado, había transformado la tarde y, por un instante, mi visión de todo.

https://www.youtube.com/watch?v=vXhYAS1Kyp8

Ana Rivas



story | by Dr. Radut