A RAANDEIRA

Jean-Honoré Fragonard – “El columpio” (1767, óleo sobre lienzo, 81 x 64 cm, Wallace Collection, Londres) Érase una vez un cortesano, cuyo nombre no desvelaremos (porque no sabemos cómo se llamaba), que le encargó un cuadro muy específico al pintor Gabriel François Doyen. En él debería aparecer su guapa amante balanceándose en un columpio, empujado por un obispo, mientras él le miraba las piernas y lo que tuviese a bien enseñar escondido entre la maleza. El artista tenía que mostrar, como mínimo, los tobillos de la dama, pero si se veía con ganas, podía subirle las faldas todo lo que quisiera. Doyen le contestó apurado: “yo no pinto cosas de esas” y le pasó el encargo a Fragonard, que no tuvo problema en representar la escena siguiendo todas las indicaciones, pero eso sí, cambiando al obispo por un señor maduro. Tampoco era plan de pasarse. El columpio de Fragonard es una de las cumbres del Rococó francés y refleja a la perfección la mentalidad de esa época: la alegría de vivir, la despreocupación y una moral un tanto laxa. La luz proviene de la esquina superior derecha y da de lleno en la chica y en su llamativo vestido rosa, dejando el resto de la composición en sombra. El señor maduro, que podría ser su marido, la empuja con tanto brío que una de sus chinelas ha salido despedida (striptease artístico que nos indica que no tardará mucho en quitarse el resto de la ropa). Las esculturas de cupidos del jardín parecen estar al tanto de las correrías de los amantes: los dos de atrás no acaban de creerse el atrevimiento de la dama y el de la izquierda le pide discreción llevándose el dedo a la boca. Mientras tanto, el joven cortesano, recostado entre los matorrales y rojo de calentura, observa las idas y venidas de su querida que amablemente abre las piernas frente a él. Mientras tanto el perrito, símbolo tradicional de la fidelidad, ladra desesperado. El columpio con el asiento tapizado es el colmo de la elegancia, pero ya podían haberle puesto unas cuerdas un poco más finas (la chica va a acabar con las manos desolladas).


Érase una vez un cortesano, cuyo nombre no desvelaremos (porque no sabemos cómo se llamaba), que le encargó un cuadro muy específico al pintor Gabriel François Doyen. En él debería aparecer su guapa amante balanceándose en un columpio, empujado por un obispo, mientras él le miraba las piernas y lo que tuviese a bien enseñar escondido entre la maleza. El artista tenía que mostrar, como mínimo, los tobillos de la dama, pero si se veía con ganas, podía subirle las faldas todo lo que quisiera. Doyen le contestó apurado: “yo no pinto cosas de esas” y le pasó el encargo a Fragonard, que no tuvo problema en representar la escena siguiendo todas las indicaciones, pero eso sí, cambiando al obispo por un señor maduro. Tampoco era plan de pasarse.

El columpio de Fragonard es una de las cumbres del Rococó francés y refleja a la perfección la mentalidad de esa época: la alegría de vivir, la despreocupación y una moral un tanto laxa.

La luz proviene de la esquina superior derecha y da de lleno en la chica y en su llamativo vestido rosa, dejando el resto de la composición en sombra. El señor maduro, que podría ser su marido, la empuja con tanto brío que una de sus chinelas ha salido despedida (striptease artístico que nos indica que no tardará mucho en quitarse el resto de la ropa). Las esculturas de cupidos del jardín parecen estar al tanto de las correrías de los amantes: los dos de atrás no acaban de creerse el atrevimiento de la dama y el de la izquierda le pide discreción llevándose el dedo a la boca. Mientras tanto, el joven cortesano, recostado entre los matorrales y rojo de calentura, observa las idas y venidas de su querida que amablemente abre las piernas frente a él. Mientras tanto el perrito, símbolo tradicional de la fidelidad, ladra desesperado.

El columpio con el asiento tapizado es el colmo de la elegancia, pero ya podían haberle puesto unas cuerdas un poco más finas (la chica va a acabar con las manos desolladas).

Fuente: http://www.elcuadrodeldia.com/post/92612907275/jean-honore-fragonard-el-columpio-1767-oleo

ANÁLISIS FORMAL

Los tres personajes del lienzo conforman un triángulo, cuyo interior se halla ocupado por la dama. Se establece un juego de miradas muy sugerente: del viejo a la dama, de ésta al galán y de éste a la joven. En este juego de complicidades participan los putti o angelitos escultóricos, que enmarcan y protegen el juego amoroso de la pareja. Los amantes quedan situados dentro de la zona oluminada por un foco de luz que surge de los árboles y que converge en la dama, mientras que el viejo queda en penumbra.

El movimiento hacia delante del columpio convierte la diversión de la dama en una actitud provocativa debido a su pie desnudo, que, con un gesto desvergonzado, ha lanzado al aire el zapato. La frondosidad del jardín enmarca este juego de complicidades, equívocos e insinuaciones en un escenario de luces y sombras muy apropiado.

La pincelada es rápida y pastosa, pero precisa en los detalles. Fragonard recurre a los tonos pastel característicos del siglo XVIII francés, en el que dominan gamas de verde y amarillo. En el cuadro resalta el rosa del cesito de la dama, que rompe la monotonía tonal y de los colores circundantes.

Fuente: http://elartedelovelylina.blogspot.com.es/2012/10/aprendamos-sobre-las-obras-maestras-el_16.html